desde un rincón...

...donde a veces las respuestas eran sólo nuevas dudas

"Y allí te espero, en el momento en que la pluma conoce al papel,
en el instante en que mis frases me desnudan..."
(Quique González)

miércoles, mayo 31, 2006

palabra de honor


Sigues siendo tan linda como entonces,
cuando yo me guardaba tu sonrisa
para que al caer la noche
siguiera aún en mi retina.
Conservas el brillo en los ojos
que no sabe imitar el alcohol
y la chispa en tu mente despierta
para agitar los recuerdos de amor
y copas que se entremezclan...

Y te doy mi palabra de honor,
por encima del vértigo en tu escote,
de que ayer te quise ver de otra manera,
como hace casi cuatro años,
para dar otra oportunidad a la memoria
de traer el tiempo de vuelta
y arrancarte un beso a traición
para disimular el resto los daños
de un naufragio en forma de canción.

30-mayo-2006
"Y si amanece por fin
y el sol incendia el capó de los coches,
baja las persianas,
de ti depende, y de mí,
que entre los dos siga siendo ayer noche,
hoy por la mañana.
Olvídate del reloj
nadie se ha muerto por ir sin dormir una vez al currelo
porqué comerse un marrón
cuando la vida se luce poniendo ante ti un caramelo.

Anda deja que te desabroche un botón,
¿que se come con piel la manzana prohibida?
y tal vez no tengamos más noches,
y tal vez no seas tú,
y tal vez no seas tú, la mujer de mi vida..."

(Y si amanece por fin.- Joaquín Sabina)

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sábado, mayo 27, 2006

soles de primavera



Como el Sol apagando sus latidos
en esas tardes que nunca vuelven
sin quemar los recuerdos aprendidos

que ninguna memoria entiende


Con el olvido pegado a los zapatos

cansados de andar por todas partes

y el ruido de cada uno de tus pasos

detrás de cada esquina de las calles


Con toda la ciudad dormida
sin saber como despertarnos

de un sueño que desconoce la vida

que nunca hemos sabido entregarnos.


Así tomamos, tarde tras tarde,
conciencia de otros desengaños.

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martes, mayo 16, 2006

penúltima parada


Tenía la brisa en la mirada
indescifrable y libre como el aire
que acariciaba su espalda,
la falda algo más corta de la cuenta
y el vestido meciéndose
entre la realidad y el sueño
de quien se atreviera a mirarla.

Tenía los ojos escondidos
tras un mar que iba cayéndole,
color caoba desde su flequillo
para tapar el brillo que escapaba
a través del reflejo en el cristal,
tal vez buscando marcharse
fuera de ese autobús repleto
en el que no había nadie.

Tenía la sonrisa inexplicable,
como quien sueña despierta
que alguien la viene a buscar,
y al verla soñé que se bajaba
tan sólo una parada más tarde
para que así, por lo menos,
pudiéramos volvernos a cruzar...


"Que el mundo pare, qué corto se me hace el viaje..."

(Vértigo .- Ismael Serrano)

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lunes, mayo 08, 2006

eclipses de la memoria

[Me la han vuelto a jugar. Ya descubrí hace un tiempo que los comentarios en haloscan se iban borrando. Y dije que iría copiándolos en los del blog para que no me volviera a pasar. Y lo iba haciendo, con retraso pero lo iba haciendo. Sólo que... claro, he calculado mal y me han vuelto a perder los de otro post. Y me gusta demasiado conservar cosas así, sin aparente utilidad, como por ejemplo las palabras que alguien me regala sobre algo que haya escrito. Y como ya las he perdido, lo dejo otra vez aquí para que quien quiera diga algo y así recuperar parte de la memoria...

y también porque no quiero que se vuelvan a quedar solos.]


3 de octubre de 2005

El destello eterno de dos almas concéntricas


"Todas las estrellas que hoy durmieron solas..."


(Rompeolas.- Quique González)


Cuentan que todo el cielo era suyo al principio de los tiempos. Toda la extensión del universo para ser libre y alumbrar a los demás. Para recorrer todo el espacio que deseara, dando su luz y calor a su paso a cuanto lo rodeaba. Tener el cielo entre sus manos podría ser el sueño de cualquiera, pero pronto el Sol descubrió que no era todo lo libre que soñaba. Se dio cuenta de que debía ir girando, girando y girando continuamente perseguido por la oscuridad. A su paso, los lugares que había alumbrado quedaban en las más absolutas tinieblas. Y entonces comenzó a sentir que su libertad se hacía condena... hasta que un día, sin saber cómo ocurrió, empezó a palidecer perdiendo poco a poco su brillo.

Al principio creyó estar enfermo. Sin embargo, tardó poco tiempo más en comprenderlo. Su luz se había escondido huyendo de la oscuridad que se encadenaba a su marcha. Y aquella luz perdida sólo le recordaba su enorme soledad en aquel cielo inmenso. Y comprendió que sólo era el propio reflejo de su angustía lo que envolvía el universo en tinieblas a su paso.

Pero un día, ocurrió algo inesperado. Alguien se interpuso en su camino por sorpresa. Era otro cuerpo que se posicionaba frente a él como su propia imagen en un espejo. Así, el Sol pudo ver su propio reflejo en los ojos de otro cuerpo concéntrico que llenaba por completo su silueta hasta entonces luminosa. Supo al instante que no era una estrella como él, pero había algo en ese cuerpo "desconocido" que logró despertar en él una sensación hermosa. Quizá un sentimiento de tranquilidad, o incluso de ternura. Era como si de repente se hubiera dado cuenta de que el cielo ya no era ese lugar tan imposible de recorrer cada noche, tan inabarcable, tan solitario... ya no era el mismo lugar que él había estado conociendo hasta entonces. Había miles de nuevos puntos hasta ahora desconocidos que aparecieron de repente a su alrededor. Aquella noche, el Sol comprendió que no era la única estrella en el universo, sino que su propia luz tapaba sin quererlo a todas las demás...


Después de un par de minutos, aquel cuerpo frente a él ya se había apartado dejando únicamente el recuerdo de su mirada fría y un último destello luminoso al marcharse. Como una vela que se enciende con más fuerza antes de apagarse por completo, el brillo de aquel instante mágico se desvaneció. Y el Sol sólo supo preguntarse dónde iría ella. Pensó en por qué seguían caminos separados. ¿Por qué no podían simplemente coincidir y pasear juntos por aquel cielo solitario? Y recordó la piel pálida de la Luna y el frío que mostraba en su cara. El reflejo en sus ojos de hielo. Entonces, comprendió que aquella mirada sólo podía ser la de un corazón abandonado al que nadie había mirado durante miles de años. Era hermoso a pesar de todo. Lo recordaba casi a cada instante. La imagen de esa cara oculta de la Luna que quizá sólo él había visto en todo el universo.

Siguieron buscándose durante años. Nunca olvidaron ese instante a pesar del tiempo que pasaba sin volver a juntarlos en aquella oscura inmensidad. Y mientras, el Sol seguía perdiendo luz tan lentamente que apenas lograba percibir los nuevos puntos luminosos que lo acompañaban en la distancia. Ni siquiera los veía. Sólo la buscaba a ella y recordaba, una y otra vez, su fría mirada ausente, pero tan hermosa a pesar de todo... hasta que un día de nuevo, una tímida luz lejana lo estremeció como aquella primera vez. Fue entonces cuando se volvieron a encontrar, y a partir de aquel momento, las noches de perpetua oscuridad pasaron a tener una pequeña luz. Quizá era tan sólo la esperanza de volver a verse, pero crecía cada madrugada un poco más.

Así descubrieron que se amaban, y el Sol siguió apagando parte de su propio brillo para dárselo a ella. Y fue cediéndole poco a poco más y más luz, a coste de ir dejando la suya cada vez más débil. Y así el reflejo se hizo más fuerte, y la tristeza del Sol iba menguando con el brillo de la Luna que lo seguía, en la distancia, dejándose ver tímidamente... Con el paso del tiempo, un día el resto de las estrellas dejaron de ser por fin invisibles, y poblaron todo el cielo sin que la luz que el Sol regala cada noche a su amada las escondiera. Saben que nunca podrán estar juntos o se rompería el equilibrio del cielo, pero cada cierto tiempo se reúnen por unos instantes en los eclipses, y vuelven a mirarse frente a frente. Y la Luna le regala su cara oculta que esconde del resto del mundo. Y el Sol tan sólo le pide que siga dejándole alumbrarla...

Durante miles de años han seguido amándose como la primera vez que se cruzaron, pero siguen esperando coincidir fuera de los eclipses, al margen de todas las fechas de los calendarios que utilizan los hombres, fuera de todo tiempo exacto y predecible que haga insoportables las esperas. Y cuando logran coincidir por sorpresa durante unos momentos en el cielo, en algún atardecer de tardes que caen derrotadas como el tiempo que pasan sin verse, el Sol se marcha extendiendo sus rayos sobre el horizonte. Y así se despide de la Luna con un abrazo que envuelva el inmenso cielo que un día decidieron compartir juntos.

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