desde un rincón...

...donde a veces las respuestas eran sólo nuevas dudas

"Y allí te espero, en el momento en que la pluma conoce al papel,
en el instante en que mis frases me desnudan..."
(Quique González)

domingo, julio 31, 2005

lluvia de sueños fugaces

"La estrella principal
ahuyenta los destinos compartidos..."
(En el backstage.- Quique González)


Con el ruido de las olas a punto para mecer los sueños, una estrella cruzó el cielo fugaz entre miles de ellas. Como una gota de lluvia que refleja el Sol resbalando por un cristal a toda velocidad. Rasgando una pequeña parte de ese cielo inmenso que ayer podría haber cabido en sólo una mirada. Pensaba en un deseo para pedirle a aquella estrella fugaz, y recordando los que otras veces dejaron de cumplirse la dejé marchar libre de sueños por cumplir.

Seguí mirando el cielo con las manos hundidas en la arena y el viento soplando a la espalda que traía el rumor del mar. Seguía pensando en deseos por cumplir, en recuerdos de cielos compartidos que no tenía siquiera para olvidar. Y pensé que en otras ocasiones el deseo que le había pedido a alguna estrella siempre tuvo un nombre susurrado para acompañarlo. Y cuando después de varios minutos volvió a cruzar el cielo una nueva estrella que parecía caer a otra galaxia mientras apagaba su brillo, decidí que esta vez no diría ningún nombre para recordarlo escrito en el cielo. Que esta vez prefiero dejar en blanco el hueco que dejan las estrellas al escaparse. Y entonces pedí mi deseo sin soñar con quién compartirlo... y creo que fue la primera vez no tuvo un nombre, ni un rostro, ni una voz o unos ojos concretos. Sólo un deseo que hacer realidad yo mismo, sin depender de nadie más. Y me sentí contento para sonreír mirando al cielo repleto de estrellas mientras la luna se asomaba por un rincón de la playa sobre los tejados.

Ojalá ese deseo no se quede en sueño, y un día descubra a alguien que me recuerde que por fin se haya cumplido.

"Look at the stars, look how they shine for you..."
Yellow.- Coldplay

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jueves, julio 28, 2005

déjà vu

Ni siquiera recuerdan si se conocen de algo. No saben de qué historia se escaparon convirtiendo los personajes en personas. No se reconocen al cruzarse en esa esquina para cambiarse un par de palabras que alivien los silencios un instante. Y sin embargo, hay algo en la forma de mirarse unas décimas de segundo que no está en los ojos de otra gente. Era como si en alguna parte ya se hubieran conocido antes. Quizá esperando en la parada del bus, o viajando a cualquier parte en su interior, sentados en asientos enfrentados. Tal vez buscando el mismo libro en las estanterías de unos grandes almacenes, recogiendo un disco del suelo en la sección de música para devolverlo a sus manos, bailando la misma canción en la noche algún bar lleno de copas vacías...

Por un instante, pensaron en girar la cabeza al cruzarse con aquel desconocido... sin llegar a hacerlo nunca. No se atreven a encontrar de nuevo sus miradas.

Puede que algún día por fin dejen de ser los desconocidos que se preguntan dónde se han visto. Mientras tanto, siguen caminando sin mirar atrás, tal vez esperando (o soñando) tropezarse torpemente para luego sonreír al encontrarse.

o quizá entonces sonrían por encontrarse...


"hay una calle que lleva tu nombre, pero no me acuerdo..."

La ciudad del viento.- Quique González

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lunes, julio 25, 2005

Antes del atardecer



-¿No tienes que irte al aeropuerto?
-Sí... pero dispongo de algo de tiempo.



Se conocieron casualmente en un tren con destino a Viena cruzando accidentalmente sus miradas. Él era un joven periodista americano y ella una estudiante francesa, y juntos vivieron una noche inolvidable que acordaron retomar seis después, nuevamente en Viena. Nueve años más tarde, la historia dio lugar a un libro que él presenta en una biblioteca de París, donde de repente ambos se encuentran...

A punto de salir su avión, con el tiempo justo para ir a tomarse un café, dar un paseo, recordar el pasado y tratar de sobrevivir a él. Relato de una conversación que no sabe acabarse y permanece como los recuerdos que no logran olvidar a lo largo de un paseo a través de la eterna París.



"Si hoy fuera nuestro último día... ¿de qué hablaríamos?"

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viernes, julio 22, 2005

y que cumpla muchos más...

Hace 5 años casi no sabía soplar las velas de la tarta en la fiesta que le preparamos. Hace un par de ellos me guardó un trozo del pastel para traérmelo cuando viniera o para que estuviera en su casa cuando la visitara. Hoy mi sobrina pequeñaja ha cumplido 6 añitos y ha cortado los trozos de tarta. Me ha dado el más grande y después ha brindado conmigo con su copa llena de agua.

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lunes, julio 18, 2005

como arena entre los dedos

Sentado en la playa mirando al mar, meto las manos en la arena y al levantarlas me llevo conmigo un puñado sobre la palma y trato de mantenerlo allí el mayor tiempo posible. Cierro fuerte los dedos para que escape más lentamente, pero la arena sigue cayendo grano a grano sin que apenas pueda evitarlo. En un goteo incesante que sólo acaba al abrir la palma de la mano y verla de nuevo vacía. Justo como cuando llegué, como antes de ver la playa y el mar. Quizá debí dejar la palma de la mano abierta. Pero entonces sé que se la hubiera llevado el viento...

Quizá sólo es que sueño el mar en mitad de los desiertos, o que aún no aprendí a vivir despierto cada día. Que cada vez tengo más la sensación de que nada de lo que haga es suficiente para mantener durante algún tiempo esas cosas o situaciones que me hacen sentir bien. A veces la vida se escapa de mis manos...

Y entonces cae irremediablemente, como arena entre mis dedos.


"Que es preferible nadar en quimeras a esperar en la orilla..."

Ardiendo a un clavo.- Quique González

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domingo, julio 10, 2005

soledad de la noche

[esto fue escrito hace algún tiempo a partir del último verso, cedido amablemente por olivia]

la soledad, en tu ausencia,
sobrevive hecha recuerdo

a mis noches incompletas,
al eco helado en las paredes
de habitaciones estrechas,
presente como bruma sobre el mar
envuelta en un vapor frío

sin ti, la soledad siempre aparece
como un fantasma de ojos conocidos
que brillan perdidos en la niebla
y deambula por cuartos vacíos
silencioso, sin eco tras sus pasos
tan solos, un viento frío y seco
que sopla cuando ya te has ido

mientras tus ojos siguen brillando,
marcando caminos a tientas
como hogueras que siguen ardiendo

sin bomberos que sepan apagarlas
como las luces de lunas rotas

que mis manos quieren recomponer
aunque mis ojos no las reconozcan

y si sólo por esta noche tus ojos volvieran...

la soledad, ya no sería.

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viernes, julio 08, 2005

Todo se tambalea...

"Todo entonces se tambalea ante mis sentidos,
yo sigo por el mundo con una sonrisa de ensueño..."
(La buena vida)

Cada vez que ocurren cosas como las de ayer en Londres uno no sabe qué decir, ni si debería decirlas sabiendo que el resto del tiempo lo pasamos sin darnos cuenta del resto de dramas que suceden alrededor de nosotros sin verlos. El terrorismo es una lacra terrible, una sinrazón, un absurdo que no debería existir. Pero el pensar que las más 50 víctimas de ayer son sólo una parte de las miles que cada día hay en ese otro mundo del que sólo hacemos por distanciarnos para no ver las tragedias que somos incapaces de arreglar resulta tan triste... En días como el de hoy tan sólo aparecen lágrimas y montones de palabras que con el tiempo se vuelven tan huecas como las que quedan aquí mismo reflejadas.

Es sencillo pensar que cualquiera de nosotros podría haber sido víctima de los atentados de ayer, y sin embargo, casi nadie en nuestro primer mundo civilizado y orgulloso se imagina pudiendo morir de hambre o por una simple enfermedad solucionable con una vacuna. Supongo que es mucho más fácil llorar por problemas que sentimos propios que pensar en la culpa que tenemos en los que sentimos ajenos.

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martes, julio 05, 2005

Calle Infancia, 73

Era uno más de esos recados molestos que hay que hacer porque ya se han acabado los exámenes. Una autobus que me deja en la esquina de una calle con más de 160 portales en la que yo busco el 73. Una calor sofocante que sólo consigue alargar la distancia entre los números. Siempre por la acera de los números impares, que poco a poco van disminuyendo. Lentamente, paso a paso. Veo el portal 155, 141, 123... de repente miro alrededor y recuerdo que al comienzo de la esquina donde bajé, si hubiera seguido otra dirección, encontraría la calle dónde vivía de pequeño. Y es entonces cuando todo parece volverse algo más familiar...

Los portales siguen estando lejos, sólo es aún el 111 pero a 50 metros veo la puerta de un mercado. Esta vez desvío la mirada a la acera par. Y recuerdo haber estado allí paseando entre los puestos de pescado, de frutas y de flores con mi madre de la mano alguna vez, tal vez con menos de 5 años. Y al lado del mercado se levanta una Iglesia con su torre de campanario. No puedo evitar cruzar para ver su nombre sabiendo de antemano que es allí dónde me bautizaron. De entonces no tengo recuerdos, pero no puedo evitar sonreír al pensar en cómo ha pasado el tiempo, en lo distinto que era pasear de la mano de mi madre, o estar en sus brazos esperando a que alguien me echara el agua bendita encima. Con esta calor estaría bien que volvieran a mojarme hoy. Se me escapa la sonrisa, pienso que me siento algo más joven, que he recuperado un pedacito de infancia de repente paseando delante de esos dos lugares, uno junto al otro. Y al cruzar la calle como por arte de magia ya estamos en el 75. Como si hubiera vuelto atrás en el tiempo, los portales parece que se hayan acercado. El número que busco es ya el siguiente.

Entro en la tienda para encontrar un carrito de bebé y una niña lindísima de unos 4 años con sus padres. Se llama María, como su madre acaba de decirle para que se esté quieta. La pareja está esperando un nuevo bebé e intentan comprar un capazo para el carrito que encaje bien en él. Mientras, la pequeña María con su diadema fuxia sujetándole el pelo, los ojos traviesos y una sonrisa que sólo tienen los niños pequeños le pide el abanico a su madre y juega con él. Y empuja el carrito cada vez que la dependienta lo deja allí delante para ir a buscar otra cosa. Y abre y cierra las varillas de su nuevo juguete sin echarse aire siquiera, jugando a cantar y bailar una canción que sólo ella escucha removiendo de un lado a otro el abanico como si nadie más la viera. Sus padres dicen que le da mucha vergüenza hacerlo delante de la gente, supongo que hoy soy un espectador privilegiado... Y mira después atentamente el carrito, diciéndole a sus padres el color que más le gusta para elegirlo ella. Se entremete entre la dependiente y él para curiosear todo lo que pueda. Lo agarra y lo empuja de nuevo, mirándolo con detalle. "Me gusta el color, pero este carrito es demasiado pequeño para mí... ", dice antes de seguir sonriendo e irse junto a su mami para devolverle su abanico. Sonrío una vez más, no sé cuantas veces lo he hecho ya desde que entré a comprar...

Dejo pasar el tiempo mientras tan sólo la observo al lado de sus padres y deseo que el tipo que me atiende tarde un poco más en traerme los repuestos. Pero en escasos momentos el aguafiestas de la tienda ya está dispuesto a cobrarme. Yo querría esperarme un poco más porque sé que al salir de la tienda dejaré de sentirme como el niño que juega a ser mayor que soy en esos momentos. Desearía tener un caramelo para dárselo a María, pero al marcharme ella me mira y yo sólo puedo ofrecerle un hueco en mis recuerdos y sonreírle lo mejor que sé.

Ella me devuelve una sonrisa mucho mejor que la mía.


"Con la inocencia tan graciosa que apaga el tono de las rosas,
con ese brillo que te vuelve un niño, me miraste como si tal cosa..."

Volver a ser un niño.- Secretos

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domingo, julio 03, 2005

el valor de una palabra

Supongo que lo que siempre me ha fascinado de las palabras es la propia fragilidad de su existencia, su valor tan relativo porque sean capaces de despertar diferentes sensaciones en cada persona. El hecho de que dos personas las sientan propias o absolutamente ajenas siendo las mismas, o incluso el que uno mismo no sepa lo que significan para él en dos momentos distintos.

Unas veces sólo son manchas con formas concretas sobre un papel. Pueden borrarse, hacerse ilegibles o desaparecer sin apenas rastro. Sólo unas motas de polvo, rastros de goma, virutas de un papel que se deshace con el tiempo...

Otras están encerradas en una pantalla que puede apagarse en cualquier momento por un corte eléctrico, memorias eléctronicas aún así mucho más fiables que las de tantas y tantas personas que las borran de su mente sin remordimientos.

Pero las palabras pronunciadas son sin duda las más frágiles, porque una vez q las escuchas ya no hay vuelta atrás. La memoria es selectiva, despistada y a veces hasta desagradecida, y no sabe reaccionar nunca a tiempo de frenar el tren que se marcha, de cambiar una vía en el momento oportuno o simplemente despedirse a gritos a través del cristal.

Aún así, en todos los casos hay palabras que quedan de algún modo impresas en la memoria. Dicen que se las lleva el viento, que son volátiles, fugaces, que no sobreviven a la edad, al paso de los años... pero ¿alguien de verdad sabría vivir sin recordarlas? ¿alguien puede asegurar que es capaz de borrar aquella frase, aquellas palabras que un día lo fueron todo? Es cierto que es terriblemente difícil calcular el valor de una palabra, pero creo es imposible comprar el recuerdo de una sola de las que se perdieron...


"porque la vida entra en las palabras como el mar en un barco..."

(Luis García Montero)

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